Recuerdo que, cuando era una niña me gustaba estar entre las personas adultas. Me recuerdo a mí misma mirando hacia arriba, escuchándolos y tratando de averiguar de qué hablaban. A veces lo conseguía, pero a menudo, las conversaciones de los “grandes” me parecían una mezcla de palabras enrevesadas y enigmáticas. Actualmente, que también me rodeo de adultos y adultas y los miro desde más o menos la misma altura, a veces también me cuesta saber de qué hablan.
Con los niños y niñas no me pasa el mismo. A ellos, siempre los entiendo. Quizás porque, a pesar de estar o no de acuerdo con el que dicen, lo dicen de verdad. No estoy diciendo que no mientan, he pillado a más de uno mirándome a los ojos y soltando una mentira como una catedral. Pero detrás la mentira infantil hay siempre una base de inocencia, el impulso irrefrenable de la fantasía propia de la edad o, simplemente, la voluntad de creerse más listo o lista que nadie. Hecho que, de manera inevitable, me hace volver al punto de partida. Los niños hablan des de la autenticidad. Y en un momento en que triunfan las fake news, se impone el postureo más falso y los filtros nos hacen dudar de qué es real y qué no, ser auténtico es una virtud que hay que poner en valor. Escuchar la verdad de los niños y niñas, darles voz, es un ejercicio que, como personas adultas, tendríamos que hacer más a menudo.
En la Obra Social San Juan de Dios tenemos el privilegio de escuchar (o leer), cada año, la voz de 8.000 niños y niñas de escuelas de toda Cataluña. Es la voz de los participantes del Premi Pilarín Bayés, un galardón que, desde hace 19 años, convoca alumnos de entre 6 y 12 años a inventar un cuento sobro diferentes temáticas vinculadas con la educación en valores. Como entidad social que tiene entre sus objetivos dar visibilidad a la situación de los colectivos más vulnerables, sabemos cómo cuesta que se escuchen los voces que nos llegan de los márgenes. A menudo se ningunea la opinión de las persones mayores, se ignora el clamor de los personas migradas y no se escucha la voz de aquellas que no tienen hogar. Con los niños y niñas, pasa un poco el mismo… Los oímos más que no los escuchamos. Y si los escuchamos, a veces lo hacemos con mirada socarrona y condescendiente.
¡Y es una lástima! Porque su opinión, o al menos la que expresan a través de los cuentos y los temáticas propuestas en el marco del Premi Pilarín Bayés, nos da pistas de lo más imaginativas sobre el cuál tendría que ser la solidaridad o cuán sencillo es entender y vivir la diversidad. Y ya no es con solo que si no los escuchamos nos estamos perdiendo un montón de buenas ideas para cambiar el mundo, es que en 1990, en el artículo 12 de la Declaración de los Derechos de los Niños y de las Niñas, los “adultos” de la ONU acordaron que “las opiniones de los niños deben ser tenidas en cuenta (…) y que, con esta finalidad, el niño tiene que tener la oportunidad de ser escuchado”.
Una anécdota, precisamente, a raíz de la decimoséptima convocatoria del premio Pilarín, que proponía escribir historias sobre los derechos del niños: decidimos incorporar la figura del Jurado Infantil en la selección de los cuentos ganadores. Desde entonces, la decisión de que historias pasarán a formar parte del libro ilustrado por nuestra querida Pilarín y editado por la Editorial Mediterrània, depende también del voto y el criterio de los niños y niños escogidos para hacer de jurado. Lo he presentado como una anécdota, pero en realidad la decisión resulta muy simbólica, porque tener jurado infantil representa a la perfección el espíritu de este premio literario que el próximo año celebrará los veinte años y que aspira a continuar escuchando a los niños y niñas de varias maneras. Invitándoles a reflexionar y escribir historias sobro temas capitales que afectan a toda la sociedad, como el confinamiento o la salud mental; ofreciéndoles la posibilidad de ser locutores y locutoras de sus propis podcast con Catalunya Ràdio; analizando sus opiniones en artículos y estudios realizados por personas expertas y celebrando su triunfo como autores y autoras en una fiesta donde se les reserva la primera fila, en vez de un asiento detrás los autoridades.
A comienzos del siglo XX no teníamos modelos de protección para la infancia, las normas internacionales no fueron ley hasta el año cincuenta y nueve, y todavía hoy se siguen vulnerando los derechos de los menores en demasiados lugares del mundo. A pesar de que todavía no hemos sido capaces de proteger los niños y las niñas de manera efectiva, ¿no deberíamos, como mínimo de ponernos el reto de escucharles? En la Obra Social San Juan de Dios esperamos seguir dándoles voz como mínimo veinte años más gracias al premio. Porque, después de 19 ediciones, escucharles nos ha hecho mejores adultos.
Este artículo se publicó en Social.cat el día 13 de mayo de 2022 (en catalán).