Es profesora agregada de Estudios de Artes y Humanidades en la Universidad Abierta de Cataluña (UOC), donde ha impulsado y dirige el máster de Filosofía para los retos contemporáneos.
Marina Garcés | Filósofa
Un año y pico después de la llegada de la COVID-19, conversamos con Marina Garcés para entender qué hemos aprendido de esta crisis, cómo podemos salir reforzados y reforzadas y qué rol ha tenido y tiene la solidaridad. Un diálogo de la filósofa con la periodista Montse Santolino donde nos ofrece interesantes reflexiones.
De esta crisis hemos aprendido muchas cosas, pero lo que ahora deberíamos preguntarnos es en qué medida seremos capaces de traducir estos aprendizajes en acciones que, no solo nos transformen como individuos, sino que realmente nos permitan trasformar aspectos de la sociedad que han quedado al descubierto, muchos de los cuales se han visto agravados por las condiciones previas que ya tenían.
¿De qué manera podemos elaborar realmente el sentido del problema común? Creo que hay dos factores que se desprenden de esto. Por un lado, cualquier experiencia como la que estamos viviendo, que ya venía de una crisis económica profunda y una percepción global de crisis ambiental, alimenta el miedo. Por lo tanto, el primer reto que nos hemos de plantear es trabajar este miedo: ¿qué nos da miedo de los otros? ¿Qué fundamentos tiene? ¿Qué imaginarios lo conforman? Porque, para mí, la otra cara del miedo no es la seguridad, sino la confianza. Y la confianza yo la defino precisamente como aquello que nos permite relacionarnos sin saberlo todo del otro.
Y, en segundo lugar, hay una experiencia de la cual podemos tirar de esta pandemia, y es que puede ser que nos hayamos sentido seguros por un momento estando aislados cada uno con su pantalla, con su burbuja; pero la vida no solo no es mejor sino que empieza a ser mucho peor. Porque la suma de aislamientos no es una buena vida. Y es posible que hayamos descubierto una cosa que tiene un valor y que estamos deseando no solo recuperar sino poner más en el centro de nuestras vidas: tenemos ganas de cuerpo, de estar cerca, de sonrisas, de aprendizajes, de acción colectiva… Así pues, todas estas ganas quizá también puedan ser el punto de partida para reconstruir y transformar.
Para mí es eso: perder el miedo, darnos confianza y aprender a no saber para poder crear vínculos alrededor de aquello que no es seguro, pero que nos da las condiciones para que nos podamos relacionar en lugar de recogernos cada uno en su espacio de autoprotección. Para mí la solidaridad tiene que ver precisamente con las reciprocidades posibles dentro de este vínculo. Porque es precisamente en este aprendizaje, esta consciencia de que formamos parte de un vínculo, incluso en tanto que desiguales, lo que nos pide entendernos como recíprocos en un problema común. La solidaridad, en su definición más básica, es que tu problema es también el mío, no porque estamos afectados por la misma amenaza sino porque me implico en aquel problema que te afecta y nos afecta. Y eso es ser solidario: partir de los problemas comunes aunque no sean exactamente los mismos.