La crisis social y sanitaria provocada por la COVID-19 hace aún más evidentes muchas caras de la sociedad que están en situación vulnerable.
Muchas de ellas se hacen ahora también más invisibles, como es la realidad que están viviendo las personas extranjeras o migradas. Es por ejemplo el caso de Mohamed, que bajo el cobijo de la Fundació Bayt al-Thaqafa intenta pasar estos días tan difíciles bajo unas condiciones muy complicadas.
«Si no salgo a la calle no como. No me preocupa el ‘corona’, me preocupa el pan»
Cuando las autoridades ordenan medidas excepcionales masivas como el confinamiento para detener la propagación del coronavirus SARS-CoV-2 y la enfermedad COVID-19, todas las grietas sociales se hacen más anchas y quedan más a la vista. Del mismo modo que los autónomos y las pymes serán las piezas del tejido empresarial que más sufran la crisis económica, hay algunos grupos sociales especialmente expuestos. La primera alarma que saltó en Barcelona fue por las personas sin hogar, algunos de los cuales llegaron a ser multados por la policía para saltarse el confinamiento porque estaban en la calle. Ha sido necesario improvisar un salvoconducto que les evite los excesos policiales y un macroalbergue muy cuestionado por intentar apaciguar la polémica.
Pero hay otro gran grupo de ciudadanos vulnerables afectados extremamente por esta situación: todos los extranjeros que malviven como pueden de la economía sumergida sin permiso de trabajo y que, por tanto, no tienen ni la posibilidad de formar parte de los miles de trabajadores que quedarán afectados por un ERTE y recibirán una prestación para suplir el sueldo. Entre estos hay colectivos como los manteros, pero también jóvenes extranjeros extutelados por la Generalitat, muchos de los cuales una vez han cumplido los 18 años se encuentran con la paradoja de tener un permiso de residencia pero no de trabajo.
Es el caso del Mohamed. Tiene 20 años, vive en un piso okupado de Barcelona con tres compañeros más en la misma situación y se muestra reticente a cumplir con el confinamiento. «Si no salgo a la calle no como. No me preocupa el ‘corona’, me preocupa el pan. Yo me tengo que buscar la vida», argumenta.
«No autorizado para trabajar»
Hablamos con él por videoconferencia y acerca una tarjeta en la cámara del móvil. «¡Mira, mira, mira que pone! ‘¡No autorizado para trabajar’!». Es su permiso de residencia. «Estoy aquí desde los 12 años, ahora tengo 20. He hecho muchos cursos. Cursos de cocina, de camarero, de peluquería, de jardinería! ¡Lo que quiero es trabajar!», Estalla.
Mohamed admite que se metió en problemas durante la adolescencia y que, después de haber estado en centros de acogida para menores, tuvo que pasar unos meses en un centro de justicia juvenil. Allí hizo los 18 años y cuando salió tuvo durante un tiempo una ayuda económica para reinsertarse. Ahora ya no lo tiene. ¿Y de qué vive? «Me busco la vida», dice con poca concreción. «De vez en cuando trabajo lavando platos o sirviendo mesas, lo que sea necesario, en un restaurante marroquí que es de un amigo de mis padres, pero es cuando necesita un extra, porque él ya tiene trabajadores contratados», explica.
«Si quiero comer, tengo que moverme»
Cuando se ordenó el cierre de los restaurantes, ya hacía días que no lo llamaban para hacer ningún trabajo, por lo que lleva tres semanas sin ningún ingreso de este trabajo, que es la más convencional que tiene. Los empleados regularizados de este establecimiento podrán acceder a la prestación por el ERTE que, a buen seguro, habrá tramitado el propietario. Pero Mohamed queda al margen. «Entonces, si quiero comer, tengo que moverme. Muchos compañeros y yo hacemos de intermediarios entre paisanos nuestros que quieren vender cosas de segunda mano y otros que las quieren comprar, por ejemplo», detalla un poco más.
Del coronavirus SARS-CoV-2, o «el corona», como se le llama con la jerga callejera que ya se ha generado, dice que sabe que es grave. «Sé que hay gente muriendo. Pero yo no conozco a nadie que tenga esta enfermedad, y no sé qué pasará mañana, tengo que pensar en lo que pasará hoy», insiste. Por eso mismo, el horizonte de un posible desalojo del piso donde vive de okupa le parece una preocupación lejana.
Trámites muy difíciles para conseguir el permiso de trabajo
«Su problema y el del muchos jóvenes en sus circunstancias que atendemos es que los trámites para conseguir pasar el permiso de residencia de no lucrativo, que debe tener porque fue tutelado, a lucrativo [lo que permite trabajar] necesitan una oferta de trabajo para un año entero. Pero los trámites pueden durar dos meses, y las empresas no pueden esperar tanto tiempo «. Quien explica este círculo vicioso es Catalina Pons, responsable del programa de apoyo integral a jóvenes de la fundació Bayt al-Thaqafa, bajo el cobijo de la cual está el Mohamed.
Ella también participa en la conversación y asegura que estos días cuesta especialmente hacer el seguimiento de estos jóvenes, porque se debe hacer por teléfono. «Esperamos que cada día vayan saliendo menos, aunque es cierto que están menos confinados de lo que sería recomendable», admite preocupada.
Campaña extra de reparto de alimentos
Una de las iniciativas de Bayt al-Thaqafa para afrontar la situación excepcional que se vive ha sido lanzar una campaña de recogida de donativos para comprar comida y repartirlo entre personas que lo tienen más difícil para conseguir estos días. Uno de los beneficiarios es el Mohamed, que recibió alimentos de esta procedencia en la primera entrega, que se hizo a 145 personas la semana pasada. Aunque necesitará buscarse la vida, pero quizás se puede ahorrar una de sus salidas, que le exponen a contagiarse y una sanción policial … que tampoco podría pagar porque no tiene nada.
Este texto reproduce la entrevista de Sílvia Barroso, directora de TOT Barcelona (en catalán).
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