La solidaridad que rompe soledades

Juanjo Ortega, director de l'Obra Social de Sant Joan de Déu

Juanjo Ortega | Director de la Obra Social de San Juan de Dios

Las estrellas nos fascinan. Su presencia luminosa es reparadora en un espacio sideral sin límites donde predomina el vacío. Personalmente, la combinación de infinito y de vacío me resulta incomprensible. ¿Cómo la nada puede ocupar tanto espacio? 

Vacío es una palabra pronunciada por muchas personas que se sienten solas. La soledad —y el vacío— es una sensación que fácilmente asociamos a las personas de mayor edad, abocadas al inevitable proceso de pérdida de la pareja, de familiares y de otras personas queridas. Además, las crecientes limitaciones de un cuerpo desgastado facilitan el aislamiento social y la soledad no deseada puede parecer inevitable. Pero debemos resistirnos a aceptarlo; la soledad es evitable. Tampoco es exclusiva de la gente mayor. Tan solo hace falta que observemos nuestro entorno con una mirada activa, más con el corazón que con los ojos, y descubriremos su prevalencia abrumadora por todas partes, con todo tipo de personas. 

Hace años, el testigo de una joven me impactó. No le pondremos nombre; sus palabras las firmarían otros muchos jóvenes. Había llegado a Barcelona, ​​tiempo atrás, siendo una menor migrante sin referentes familiares, y la Administración la tuteló hasta que cumplió los dieciocho años. En una entrevista en un medio de comunicación, explicaba que, al cumplir la mayoría de edad, la Administración le dio ayudas para cubrir sus necesidades básicas: vivienda, comida, ropa, formación… Estaba agradecida, pero las ayudas no le habían permitido cubrir una necesidad tan vital como las anteriores, la emocional. Había sufrido sentirse sola en un momento tan trascendental como es el inicio de la vida adulta. 

La soledad no deseada la podemos ver en otras muchas circunstancias. Todos la hemos sufrido y la seguiremos sufriendo, de forma puntual, en determinantes momentos vitales: un cambio de trabajo, un proceso migratorio o los primeros días en un nuevo entorno laboral. Esta soledad es positiva, forma parte de la vida y ayuda a crecer como personas. 

Sin embargo, existe otra soledad no deseada, más oscura, que actúa como un animal depredador: elige a las presas más débiles, a las más desprotegidas, a las que ya sufren un cierto aislamiento social, como las personas con dificultades relacionales, debido a su carácter, a una patología, a diferencias culturales o sociales, o porque, simplemente, las rechazamos. Entonces, se apodera de sus vidas y las hunde aún más. Soledad y aislamiento social no van necesariamente del brazo, pero en determinados casos se retroalimentan

En San Juan de Dios, lo que hacemos, básicamente, es tratar de romper la soledad de las personas más vulnerables. Lo hacemos a través de la práctica de la hospitalidad. En palabras del hermano Amador Fernández, la hospitalidad que identifica a San Juan de Dios «propone la acogida humana y cálida como alternativa a un mundo inhóspito y deshumanizado. La hospitalidad puede ser la mejor respuesta a la soledad que las personas no desean«. Si fuéramos una empresa, hablaríamos de nuestro core business, nuestro negocio principal. 

La soledad no es una enfermedad y el mejor remedio está en todos nosotros. Yo mismo o tú que me estás leyendo, desde nuestra realidad, individual o colectiva, podemos convertirnos en agentes activos contra la soledad de nuestro entorno. Lo son la vecina, el tendero y el conductor de autobús regalando conversaciones, o las compañeras del equipo de fútbol acogiendo a la nueva jugadora. También lo son las médicas, enfermeras y el personal de recepción de nuestros hospitales, o los educadores, trabajadores sociales o los responsables de recursos humanos. Y, muy especialmente, las personas voluntarias de nuestros centros sociales. Pero no es suficiente con tener otras personas en nuestro entorno. Hay que crear vínculos entre ellas, y esta es la función de muchos de los programas que llevamos a cabo en los centros de San Juan de Dios. Intercambiar unas palabras, un “¿cómo te encuentras?” o un “buenos días, caray, ¡qué guapo estás!” pueden arreglar el día a muchas personas. Generando entornos y programas para que esto suceda, puedes arreglarles la vida. Esto es lo que hacen todos nuestros centros sociales y sanitarios. 

Esta memoria recoge algunos de los muchos programas de prevención y reversión de la soledad no deseada que realizamos en Zaragoza, Mallorca, Cataluña, Murcia y Valencia. Todos ellos nos hacen ver que, entre tanto vacío, hay muchas personas que actúan como las estrellas del firmamento.

Editorial de la Memoria de Solidaridad SJD 2023

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